sábado, 31 de marzo de 2018

"El día que murió Alfonsín, justo estaba en Buenos Aires", por Andrés Grammatico.

La República de Albariños le decimos, porque es un pedazo de La Matanza muy particular.
Crecimos entre medio de padres, ti@s y abuel@s inmigrantes, con sus dialectos y costumbres traídas de los barcos.
Me tomé el 378 hasta Liniers, y después el tren hasta Once.
Tenía que ir hasta la casa de las Madres, a comprar unas remeras (que acá en el sur no se consiguen).
Seguí a pié por Rivadavia hasta Congreso, pero cuando llegué no pude cruzar.
Una marea de gente inundaba la zona del congreso.
Claro, estaban esperando para entrar a saludar al Padre de la nueva Democracia.
Me asombré, ya que unos meses antes de su muerte tuvo que soportar injustos escraches, tras el fracaso del gobierno de la alianza (del cual él había sido parte).
Pero de repente la gente supo diferenciar a don Raúl del resto de l@s politic@s que nos llevaron a aquella situación.
La cosa fue que tuve que desviarme mas de 5 cuadras, para poder cruzar por donde disminuía la cantidad de gente.
No digo "RADICALES" ni "ALFONSINISTAS", porque éramos tod@s ciudadan@s comunes.
Siempre vi a Alfonsín como un abuelo de tod@s, incomprendido a veces.
Una "ENERGÍA" especial sentí mientras me perdía entre la gente.
Por un momento nos miramos a los ojos y en esa mezcla de tristeza, emoción y orgullo, me sentí (una vez más) ARGENTINO.

sábado, 17 de marzo de 2018

En el ADN del barrio: “La abuela Zarate” y los orígenes del Oeste.

Emma junto a su esposo en una de las tantas tardes sentados en la vereda del barrio Fontana

Cuando Madryn era apenas un pueblo concentrado en la costa, Emma Alcira Quiroga construyó su casa en la periferia. Aún no se llamaba Fontana, no tenía plaza y sólo había un puñado de familias dispersas.

La Abuela Zárate rodeada por una parte de la extensa familia que formó en Madryn
Propongase un viaje en el tiempo: cuando el Fontana no tenía nombre, a nadie se le ocurría llamarle barrio, sólo contaba con una calle ancha y de ripio que corría de este a oeste y sólo habían dos casas dispersas entre baldíos de jarillas. Esa calle ancha ya se llamaba España y una de esas casas era la de Emma Alcira Quiroga, o más conocida como “la abuela Zarate”, por el apellido de casada. En el año 72, cuando Emma y su esposo llegaron a la ciudad, Puerto Madryn apenas contaba con siete mil habitantes, de los cuales más del 80 por ciento habitaba en el casco urbano histórico del centro.
Fueron, junto a un puñado de familias la vanguardia en esta zona geográfica de la ciudad: “A la noche se veía una luminaria en mi casa y titilando a lo lejos se veía otra. Estaba casi todo deshabitado”, describe una de sus hijas.
En aquel momento, el Oeste –lejano y periférico- se fue conformando como un barrio de inmigrantes: cordobeses, porteños, rionegrinos, correntinos, de otros países, y, como en el caso de Emma y Fernando, de San Juan y Mendoza.
La apertura de Aluar se había transformado en un faro para los que de distintos puntos del país buscaban una oportunidad laboral y una ciudad para encarar su proyecto de vida. “Estaba todo por hacerse. Mi mamá peleó hasta que consiguió que trajeran el gas”, relata Beti, una de sus hijas. Emma trabajaba en casas de familia, pero después de su jornada organizaba junto a los vecinos reclamos para traer los servicios que hoy nos resultan simples y cotidianos: además del gas, pelearon por el agua y el transporte público.
“No teníamos agua, sino un aljibe que había hecho mi papá y a veces la municipalidad nos llenaba tambores con agua potable”, recuerda Carolina, otra de sus hijas. Además, habían instalado un gallinero y una huerta en la que cosechaban choclos y otras verduras. “Era como una chacra”, sostiene Lourdes.
Emma y Fernando tuvieron cinco hijos y hasta el momento 21 nietos, los cuales la mayoría vive en Puerto Madryn. Una de sus hijas en la casa natal que construyeron en el Oeste al poco tiempo de llegar de Cuyo (está hoy frente a la sede de la Junta vecinal). Sin duda, ayudaron a poblar la Patagonia.
Emma y Fernando construyeron la casa y en la vereda colocaron una pequeña mesa redonda de concreto. En ese lugar observaban cómo crecía el barrio y tenían una vista privilegiada de la ciudad y el golfo. “Nunca dijo nada, pero mi mamá se enojó mucho cuando construyeron la sede vecinal frente a la casa porque le habían tapado su paisaje favorito”, cuenta jocosamente su hija.
Entre las familias que recuerdan de esa misma época, sus hijas citan los apellidos Pavez, Matamala, Catrileu, Aguallo y Lázaro.
Fue mucho después cuando se lo bautizó Fontana. Una vez que se hizo la plaza frente a la casa, Fernando, el esposo de Emma, guardaba las herramientas de los placeros en su patio y todas las mañanas se encargaba de izar la bandera argentina para bajarla por la tarde.
Sobre el carácter de Emma, su hija Carolina destaca el espíritu luchador y organizativo. “Tenemos que pelear por esto y por aquello, decía a los vecinos, y luego se encontraba en la municipalidad sola”, recuerda. Cuando llegó a la Patagonia, Emma lloraba a escondidas anhelando volver a su San Juan natal; pero con el tiempo hizo de Madryn y el Oeste el lugar que ayudó a poblar. Los cinco hijos y 21 nietos son una prueba de eso.